En Izúcar de Matamoros, justo a media cuadra del zócalo, se encuentra el local “Méndez”, de tamaño mediano, una fachada blanca cubierta por logos de las editoriales patrocinadoras. Sus estantes dentro y fuera del establecimiento ofrecen productos como revistas, libros, periódicos y recientemente, cómics.
Son las tres de la tarde y llego al local, en el mostrador se encuentra mi amigo Marcos Méndez, hijo del dueño y proveedor directo del apartado de comics en el lugar. Lo saludo como es usualmente, un choque de manos para posteriormente sentarme a hojear el nuevo material llegado. Platicamos sobre las ultimas noticias en el mundo de las editoriales mexicanas encargadas de publicar los mangas y cómics en nuestro país. La charla es interrumpida repetidamente por clientes en busca de una recarga telefónica o consultando los resultados de la quiniela futbolera de esa semana.
Es aproximadamente hasta las tres con cuarenta minutos que los primeros consumidores de cómics aparecen. Tres amigos de no más de 15 años se muestran en el local, me quito del estante para no estorbarles en su búsqueda por los últimos títulos. “¿Este es nuevo verdad?”, nos pregunta uno de los jóvenes, inmediatamente mi amigo les confirma esa premisa y sucede un fenómeno interesante, sin conocerlos y como si fuéramos amigos de años comienza una muy amena plática sobre la calidad de los últimos números de la serie que seguían.
La media hora siguiente fuimos bombardeados por preguntas sobre nuestros gustos y recomendaciones, pareciera en algún punto que se trataba de neófitos en busca de conocimiento, posteriormente se retiraron con un dejo de satisfacción en sus caras.
La tarde se hace más liviana y dadas las cinco con veinte minutos una chica taciturna aparece en busca de un manga de temática romántica, tímidamente toma el ejemplar y procede a sacar un billete de su bolsillo, evita en la medida de lo posible cometer contacto visual con alguno de nosotros. Una vez con su cambio en mano sale a paso acelerado del local, como si de una operación encubierta se tratara.
La plática entre Marcos y yo da un giro y empezamos a comentar sobre las referencias literarias en las novelas gráficas, el tiempo pasa volando y cuando menos sospechamos, el reloj marca las seis con treinta minutos. Es entonces cuando somos interrumpidos por un padre de la mano de su hijo, el hombre procede a hacer una recarga telefónica, mientras que el niño ve con ojos de curiosidad y asombro el estante de los cómics. “¿Papá, me compras uno de Spider-man?”, dice el niño con esperanza, pero su padre se niega y encamina al pequeño hacia la salida, éste ultimo echa una fugaz mirada de nueva cuenta al
estante antes de partir.
Son las siete de la noche, el sol ha caído y casi es hora de cerrar el local, me despido de Marcos, encargo números de cómics que me interesan y parto de regreso a casa.
En esta tarde pude ver y rescatar la esencia de los cómics reflejada en los clientes, una oportunidad de convivir, un escape de la realidad y la capacidad de asombrarnos.
Son las tres de la tarde y llego al local, en el mostrador se encuentra mi amigo Marcos Méndez, hijo del dueño y proveedor directo del apartado de comics en el lugar. Lo saludo como es usualmente, un choque de manos para posteriormente sentarme a hojear el nuevo material llegado. Platicamos sobre las ultimas noticias en el mundo de las editoriales mexicanas encargadas de publicar los mangas y cómics en nuestro país. La charla es interrumpida repetidamente por clientes en busca de una recarga telefónica o consultando los resultados de la quiniela futbolera de esa semana.
Es aproximadamente hasta las tres con cuarenta minutos que los primeros consumidores de cómics aparecen. Tres amigos de no más de 15 años se muestran en el local, me quito del estante para no estorbarles en su búsqueda por los últimos títulos. “¿Este es nuevo verdad?”, nos pregunta uno de los jóvenes, inmediatamente mi amigo les confirma esa premisa y sucede un fenómeno interesante, sin conocerlos y como si fuéramos amigos de años comienza una muy amena plática sobre la calidad de los últimos números de la serie que seguían.
La media hora siguiente fuimos bombardeados por preguntas sobre nuestros gustos y recomendaciones, pareciera en algún punto que se trataba de neófitos en busca de conocimiento, posteriormente se retiraron con un dejo de satisfacción en sus caras.
La tarde se hace más liviana y dadas las cinco con veinte minutos una chica taciturna aparece en busca de un manga de temática romántica, tímidamente toma el ejemplar y procede a sacar un billete de su bolsillo, evita en la medida de lo posible cometer contacto visual con alguno de nosotros. Una vez con su cambio en mano sale a paso acelerado del local, como si de una operación encubierta se tratara.
La plática entre Marcos y yo da un giro y empezamos a comentar sobre las referencias literarias en las novelas gráficas, el tiempo pasa volando y cuando menos sospechamos, el reloj marca las seis con treinta minutos. Es entonces cuando somos interrumpidos por un padre de la mano de su hijo, el hombre procede a hacer una recarga telefónica, mientras que el niño ve con ojos de curiosidad y asombro el estante de los cómics. “¿Papá, me compras uno de Spider-man?”, dice el niño con esperanza, pero su padre se niega y encamina al pequeño hacia la salida, éste ultimo echa una fugaz mirada de nueva cuenta al
estante antes de partir.
Son las siete de la noche, el sol ha caído y casi es hora de cerrar el local, me despido de Marcos, encargo números de cómics que me interesan y parto de regreso a casa.
En esta tarde pude ver y rescatar la esencia de los cómics reflejada en los clientes, una oportunidad de convivir, un escape de la realidad y la capacidad de asombrarnos.