POR ANDREA TONALLI PEÑA CORTÉS
En su imaginación corre la idea del riesgo, la sangre y la evolución de la vida humana, esa parte violenta que forma parte de la existencia cotidiana. David Cronenberg se acercó a la fantasía mientras vivía en Toronto como un adolescente aislado, esta soledad lo hizo imaginar mundos terribles, una idea que poco a poco se apoderó de él y creó a uno de los directores de terror experimental y fantástico más sonados en las películas de culto.
Imagina. Cronenberg camina lentamente a través del cuarto y ve a su padre postrado en la cama por una extraña enfermedad degenerativa, observa mientras el padre está quieto, inerte y con el rostro plano, algunos recuerdos vuelven a su mente pero sabe que debe vivir con ese dolor ajeno al menos algunos años mientras la enfermedad termina con la vida de su padre en 1973. La realidad y la autodestrucción corren por sus ojos, entran como una idea necia y termina cediendo ante la fascinante idea de la muerte, la violencia, el sexo a través de la exploración de los miedos humanos.
Esta idea se plasma en cada una de sus películas que con tinte violento hacen una constante crítica a la evolución tecnológica y la decadencia humana que ello implica.
“Un tema subyacente en todas mis películas es que mis personajes buscan un significado, unas veces mediante el crimen y la violencia, otras mediante la aventura científica, otras mediante la filosofía. Yo creo que el sentido de la vida es la vida misma, y eso es razón suficiente para seguir viviendo de manera productiva. No hay ninguna necesidad de suicidarse”, menciona Cronenberg en una entrevista publicada por El País.
Como parte de su extraña visión de cine de terror, defiende la belleza interior de forma literal, es decir, en muchas de sus películas hace una muestra grotesca y artística de la carne humana y la sangre, como él ha mencionado, para entender sus películas debe vérselas desde el punto de vista de la enfermedad, de la degradación física y mental de cada uno de los personajes.
¿Es esto acaso una forma de plasmar su realidad de forma ilusoria en situaciones violentas?
Como comenta José Manuel González-Fierro el trabajo de Cronenberg como cineasta tiene dos características fundamentales:
“En primer lugar, se trata de un realizador autodidacta, cuyo estilo sufre una constante evolución. En segundo lugar, su arte es instintivo. Esto no indica una ausencia de reflexión, sino un lenguaje que maneja un concepto del cine como medio de introspección, de aprendizaje e incluso de catarsis. Por ello encontraremos frecuentes ambigüedades y contradicciones en su cine, no sólo ideológicas (motivadas más bien por la indefinición común a la idiosincrasia canadiense), sino también de sentido, expresada en esa continua atracción-repulsión hacia el concepto de cambio, esa perenne obsesión por mostrar ambas caras de una misma moneda”.
Los elementos sexuales y la ausencia de la realidad son dos características que también se encuentran implícitas en las obras de Cronenberg, un claro ejemplo de ello es Videodrome (1983) en donde la identidad del ser se disuelve mientras se encuentra en proceso de metamorfosis y se deja llevar por el poder hipnótico de la televisión y las imágenes violentas. Como dice el profesor Brian O Blivion, “La pantalla de la televisión se ha convertido en la retina del ojo de la mente”. Esta película que nos habla sobre la nueva carne nos hace reflexionar sobre el poder de los medios y su interferencia en nuestra forma de crear un sentido crítico de la reaidad.
Cronenberg ha mutado como todos los personajes de sus películas aunque no de una forma violenta, ha cambiado y evolucionado su forma de trabajar e incluso a los 73 años lanzó una novela llamada “Consumidos”, donde vuelve a recrear un universo basado en la violencia y el sexo presentado de forma grotesca. Aunque esto ya no nos sorprende del director, sigue siento fascinante adentrarnos en su visión de realidad.
La mente del loco sigue dando vueltas y creando mundos ficticios que agradan por el atractivo y el interés que despierta ver un entorno lleno de contradicciones, mismas que vivimos diariamente. Las mentes violentas, amantes de la carne viva seguimos de cerca el trabajo de un genio que a pesar de ser criticado por el contenido de su trabajo, se defiende por la introspección que generan sus obras de culto.
Imagina. Cronenberg camina lentamente a través del cuarto y ve a su padre postrado en la cama por una extraña enfermedad degenerativa, observa mientras el padre está quieto, inerte y con el rostro plano, algunos recuerdos vuelven a su mente pero sabe que debe vivir con ese dolor ajeno al menos algunos años mientras la enfermedad termina con la vida de su padre en 1973. La realidad y la autodestrucción corren por sus ojos, entran como una idea necia y termina cediendo ante la fascinante idea de la muerte, la violencia, el sexo a través de la exploración de los miedos humanos.
Esta idea se plasma en cada una de sus películas que con tinte violento hacen una constante crítica a la evolución tecnológica y la decadencia humana que ello implica.
“Un tema subyacente en todas mis películas es que mis personajes buscan un significado, unas veces mediante el crimen y la violencia, otras mediante la aventura científica, otras mediante la filosofía. Yo creo que el sentido de la vida es la vida misma, y eso es razón suficiente para seguir viviendo de manera productiva. No hay ninguna necesidad de suicidarse”, menciona Cronenberg en una entrevista publicada por El País.
Como parte de su extraña visión de cine de terror, defiende la belleza interior de forma literal, es decir, en muchas de sus películas hace una muestra grotesca y artística de la carne humana y la sangre, como él ha mencionado, para entender sus películas debe vérselas desde el punto de vista de la enfermedad, de la degradación física y mental de cada uno de los personajes.
¿Es esto acaso una forma de plasmar su realidad de forma ilusoria en situaciones violentas?
Como comenta José Manuel González-Fierro el trabajo de Cronenberg como cineasta tiene dos características fundamentales:
“En primer lugar, se trata de un realizador autodidacta, cuyo estilo sufre una constante evolución. En segundo lugar, su arte es instintivo. Esto no indica una ausencia de reflexión, sino un lenguaje que maneja un concepto del cine como medio de introspección, de aprendizaje e incluso de catarsis. Por ello encontraremos frecuentes ambigüedades y contradicciones en su cine, no sólo ideológicas (motivadas más bien por la indefinición común a la idiosincrasia canadiense), sino también de sentido, expresada en esa continua atracción-repulsión hacia el concepto de cambio, esa perenne obsesión por mostrar ambas caras de una misma moneda”.
Los elementos sexuales y la ausencia de la realidad son dos características que también se encuentran implícitas en las obras de Cronenberg, un claro ejemplo de ello es Videodrome (1983) en donde la identidad del ser se disuelve mientras se encuentra en proceso de metamorfosis y se deja llevar por el poder hipnótico de la televisión y las imágenes violentas. Como dice el profesor Brian O Blivion, “La pantalla de la televisión se ha convertido en la retina del ojo de la mente”. Esta película que nos habla sobre la nueva carne nos hace reflexionar sobre el poder de los medios y su interferencia en nuestra forma de crear un sentido crítico de la reaidad.
Cronenberg ha mutado como todos los personajes de sus películas aunque no de una forma violenta, ha cambiado y evolucionado su forma de trabajar e incluso a los 73 años lanzó una novela llamada “Consumidos”, donde vuelve a recrear un universo basado en la violencia y el sexo presentado de forma grotesca. Aunque esto ya no nos sorprende del director, sigue siento fascinante adentrarnos en su visión de realidad.
La mente del loco sigue dando vueltas y creando mundos ficticios que agradan por el atractivo y el interés que despierta ver un entorno lleno de contradicciones, mismas que vivimos diariamente. Las mentes violentas, amantes de la carne viva seguimos de cerca el trabajo de un genio que a pesar de ser criticado por el contenido de su trabajo, se defiende por la introspección que generan sus obras de culto.