Una tarde soleada se veía amenazada con una gruesa cortina de nubes, sin embargo, el centro histórico de la ciudad estaba repleto de turistas. Ojos claros, piel oscura, altos y bajos se aglomeraban alrededor de ese edificio emblemático, con fachada de ladrillo: el museo Amparo. Dentro, una serie de expresiones colombianas estaban listas para recibirnos.
Bajo el nombre de “ Ni héroes ni mártires, encuentros latinoamericanos”, Juan Fernando Herrán nos muestra su perspectiva sobre la situación social, política y cultural por la que atraviesa uno de los países más reconocidos del sur del continente. Una pila de cajas fucsias, ornamentadas con doradas estrellas dan la bienvenida al cuarto de los silencios. ¿le has contado a otra persona lo que te pasa en el día? suena a algo muy común ¿no? pues escritos en las paredes, están fragmentos del día de varias personas, invitándonos a darles vida mediante su lectura y, a darnos cuenta de que escondido en lo común, está lo extraordinario. Aventuras y situaciones graciosas, de miedo que no son valorados hasta que te acercas a conocerlos.
Posteriormente, una gran fotografía está frente a tí: el Altar. Dividido en tres partes, muestra una detención de droga (amapola) llevada a cabo por la policía colombiana. Una enorme mesa blanca tiene sobre sí un ramo de amapolas, al frente el escudo policiaco y de fondo a los dos arrestados, con papel tapiz del emblema judicial como testigo. Las dos partes de esta tríada, son close ups de amapolas doradas, con un fondo azul. Vista de lejos, asemeja un altar religioso donde el motivo de adoración es justamente la droga.
Interesante manera de representar la importancia y devoción que se le da a esta planta que, a pesar de ser la causante de adicciones a nivel mundial, da de comer a un pueblo arrasado por la violencia y por las pocas oportunidades educativas y laborales.
Detrás de esta impactante imagen, un oscuro pasillo susurra. Así es, literalmente un pasillo cubierto por telas negras te invita a entrar. En medio de la penumbra, una pantalla cuenta uno de las características más curiosas del narcotráfico colombiano: motocicletas.
En la época dorada de Pablo Escobar, conocido como “el patrón”, los sicarios que lo acompañaban lo hacían montados en motocicletas, y de hecho, mediante este medio perseguían a sus contrincantes para asesinarlos en movimiento, todo sobre ruedas. La percepción de las mujeres hacia las motocicletas (creían que si un hombre era bueno haciendo peripecias en la moto, también era bueno en la cama) y la percepción de los hombres de las mujeres (como un objeto más) revelan las dinámicas de poder a las que obedecían cierto sector de la sociedad colombiana bajo el dominio del narco, el nuevo negocio nacional.
Después de ver impactantes imágenes de Bogotá, así como escuchar las potentes motocicletas (las mantas tensas vibraban con el sonido de los motores) una galería está lista para cerrar la breve, pero impactante exposición: Campo Santo.
A primera vista, sólo eran fotos de pastizales verdes y cafés, donde la humedad del clima era percibido a través del moo del suelo, sin embargo un detalle resultaba curioso cuando te acercabas a las imágenes: cruces.
Dichas cruces, elaboradas con pequeñas ramas y unidas con hierba, estaban distribuidas en todas las fotografías. Grandes y chicas, las cruces, como símbolos de amor y redención bajo la perspectiva cristiana, son actualmente utilizadas para “bendecir” los campos de amapola de Colombia. Así, la vida y la muerte conviven simbólicamente, por un lado, uno de los negocios más peligrosos del mundo, aporta grandes grandes ganancias a costa de matanzas, guerrillas y adicciones. Por otro lado, su elaboración salva de la miseria a los pobladores marginados de una sociedad que consume su producción.
Después de ver la última fotografía, es inevitable reflexionar acerca de la dualidad social y política que, en conjunto, forman la cultura colombiana, y por cierto, la similitud que tiene con México.
Con este ácido sabor de boca, puedes meditar cómo la narco está inserto en la vida de un pueblo sin que ni siquiera lo percates, teniendo como testigo de este pensamiento a la imponente catedral cuyas torres se ven rociadas bajo la lluvia de junio.
Bajo el nombre de “ Ni héroes ni mártires, encuentros latinoamericanos”, Juan Fernando Herrán nos muestra su perspectiva sobre la situación social, política y cultural por la que atraviesa uno de los países más reconocidos del sur del continente. Una pila de cajas fucsias, ornamentadas con doradas estrellas dan la bienvenida al cuarto de los silencios. ¿le has contado a otra persona lo que te pasa en el día? suena a algo muy común ¿no? pues escritos en las paredes, están fragmentos del día de varias personas, invitándonos a darles vida mediante su lectura y, a darnos cuenta de que escondido en lo común, está lo extraordinario. Aventuras y situaciones graciosas, de miedo que no son valorados hasta que te acercas a conocerlos.
Posteriormente, una gran fotografía está frente a tí: el Altar. Dividido en tres partes, muestra una detención de droga (amapola) llevada a cabo por la policía colombiana. Una enorme mesa blanca tiene sobre sí un ramo de amapolas, al frente el escudo policiaco y de fondo a los dos arrestados, con papel tapiz del emblema judicial como testigo. Las dos partes de esta tríada, son close ups de amapolas doradas, con un fondo azul. Vista de lejos, asemeja un altar religioso donde el motivo de adoración es justamente la droga.
Interesante manera de representar la importancia y devoción que se le da a esta planta que, a pesar de ser la causante de adicciones a nivel mundial, da de comer a un pueblo arrasado por la violencia y por las pocas oportunidades educativas y laborales.
Detrás de esta impactante imagen, un oscuro pasillo susurra. Así es, literalmente un pasillo cubierto por telas negras te invita a entrar. En medio de la penumbra, una pantalla cuenta uno de las características más curiosas del narcotráfico colombiano: motocicletas.
En la época dorada de Pablo Escobar, conocido como “el patrón”, los sicarios que lo acompañaban lo hacían montados en motocicletas, y de hecho, mediante este medio perseguían a sus contrincantes para asesinarlos en movimiento, todo sobre ruedas. La percepción de las mujeres hacia las motocicletas (creían que si un hombre era bueno haciendo peripecias en la moto, también era bueno en la cama) y la percepción de los hombres de las mujeres (como un objeto más) revelan las dinámicas de poder a las que obedecían cierto sector de la sociedad colombiana bajo el dominio del narco, el nuevo negocio nacional.
Después de ver impactantes imágenes de Bogotá, así como escuchar las potentes motocicletas (las mantas tensas vibraban con el sonido de los motores) una galería está lista para cerrar la breve, pero impactante exposición: Campo Santo.
A primera vista, sólo eran fotos de pastizales verdes y cafés, donde la humedad del clima era percibido a través del moo del suelo, sin embargo un detalle resultaba curioso cuando te acercabas a las imágenes: cruces.
Dichas cruces, elaboradas con pequeñas ramas y unidas con hierba, estaban distribuidas en todas las fotografías. Grandes y chicas, las cruces, como símbolos de amor y redención bajo la perspectiva cristiana, son actualmente utilizadas para “bendecir” los campos de amapola de Colombia. Así, la vida y la muerte conviven simbólicamente, por un lado, uno de los negocios más peligrosos del mundo, aporta grandes grandes ganancias a costa de matanzas, guerrillas y adicciones. Por otro lado, su elaboración salva de la miseria a los pobladores marginados de una sociedad que consume su producción.
Después de ver la última fotografía, es inevitable reflexionar acerca de la dualidad social y política que, en conjunto, forman la cultura colombiana, y por cierto, la similitud que tiene con México.
Con este ácido sabor de boca, puedes meditar cómo la narco está inserto en la vida de un pueblo sin que ni siquiera lo percates, teniendo como testigo de este pensamiento a la imponente catedral cuyas torres se ven rociadas bajo la lluvia de junio.