Jason Muñoz: el ritmo de la vida a través de la nostalgia
“La música es un soundtrack de lo que vivo”
Mildred Vázquez Ortega
“La música me ayuda a contextualizar una determinada época o situación, muchas de las canciones que escucho, tristes o alegres, me generan recuerdos, eso me hizo ser un individuo melancólico”.
Jason Muñoz camina a paso lento, con la mirada perdida, como si cargara el peso de sus emociones sobre esas piernas cansadas. Levanta la mirada, te observa y agacha la cabeza de nuevo. Él imagina y escucha lo que tú nunca experimentarás.
Todos los días se sube al camión y lo único que lo mantiene a flote es la música, los recuerdos que evocan en cada nota, en cada silencio. Su vida se detiene por momentos cuando debe quitarse los audífonos para prestar atención a otras cosas, la mayoría de ellas sin sentido, pero vuelve la euforia cuando los coloca y sigue recordando.
“Cada que escucho “Lighs out words gone” de Bombay Bicycle Club me transporta a una tranquilidad inmediata acompañada de un recuerdo muy sólido de 2013, justo cuando estaba en el teleférico de Durango a media noche con algunos amigos, viendo las luces de la ciudad mientras la canción sonaba a tiempo en mis auriculares”, nos dice.
Él es lo que yo llamo un ser adaptado a la realidad, de los que buscan una salida y se escapan en sus pensamientos; no es el único, el problema es que nuestros ojos están tan cansados que cuando caminamos no podemos distinguir a los que pretenden ser excepcionales de aquellos que realmente lo son, estamos acostumbrados a mirar el cuerpo sin percibir el alma.
Difícilmente los encontramos pero cuando aparecen se esconden en los lugares más conflictivos, por ejemplo, en el camión a las 3 de la tarde, en los semáforos balanceándose o lanzando fuego para comer algo, otros sólo caminan y caminan sin esperar nada, pero todos tienen algo en común: son artistas del hambre como el cuento de Kafka.
El compositor experimental
Como casi todos nosotros, escuchaba rock, pop y metal por el 2008 y comenzó a componer en Izúcar de Matamoros en 2009 con una guitarra vieja que pidió prestada. La guitarra no se podía afinar y sólo conocía tres acordes pero junto con su mejor amigo, Adan Medina, lograron componer tres canciones bastante malas, tomando fragmentos líricos de otras canciones que les gustaban, algunos de bandas que siguen siendo reconocidas actualmente como Zoe, Fobia, Vainilla, Porter y Los Concorde.
Compuso alrededor de 10 canciones con letra en 2010. Ese mismo año se enfermó y estuvo en tratamiento, por lo que dejó de componer y escuchar música por un tiempo, hasta 2011 cuando escuchó Pumped up kicks de Foster de People y los meses siguientes volvió a interpretar la guitarra con un grupo que tocaba mal pero le daba la libertad de experimentar. El alma de sus canciones siempre ha sido la melancolía transformada en arte, en ritmos extraños.
“Como músico y compositor cada canción que he compuesto y escrito ha hecho sentirme desgastado al plasmar sentimientos, pensamientos y emociones, todos ellos a un nivel en que el resultado me llenará de orgullo o lo repudiaré totalmente”, nos explica.
La música cicatriza a las personas y las hace consientes de su realidad, no por nada se han hecho infinidad de investigaciones para estudiar el impacto de este fenómeno en las personas, sus usos y las repercusiones que tiene a nivel fisiológico.
“A veces sólo compongo pensando en que alguien se siente de la misma manera y yo sólo le brindo un soundtrack de su momento”.
La creatividad y la empatía
Crecer en soledad le dio la capacidad creativa que posee actualmente, comenzó a imaginar melodías en la cabeza mientras caminaba y así nació el amor por la música y géneros como el dream pop y el chamber pop.
“Me volví más empático con las personas que me rodean”, dice Jason mientras me cuenta que a través de la música siente y decodifica los sentimientos de las personas cercanas a él y sabe cuando alguien está bien o mal al escuchar una canción por gusto. Es el efecto sanador de la música que nos hace empáticos.
Actualmente no se imagina sin componer o tocar una canción por un largo periodo, ya sea para él o para un público pues le ha mostrado un camino de expresión a la persona que piensa y pretende ser.
“La música me ayuda a contextualizar una determinada época o situación, muchas de las canciones que escucho, tristes o alegres, me generan recuerdos, eso me hizo ser un individuo melancólico”.
Jason Muñoz camina a paso lento, con la mirada perdida, como si cargara el peso de sus emociones sobre esas piernas cansadas. Levanta la mirada, te observa y agacha la cabeza de nuevo. Él imagina y escucha lo que tú nunca experimentarás.
Todos los días se sube al camión y lo único que lo mantiene a flote es la música, los recuerdos que evocan en cada nota, en cada silencio. Su vida se detiene por momentos cuando debe quitarse los audífonos para prestar atención a otras cosas, la mayoría de ellas sin sentido, pero vuelve la euforia cuando los coloca y sigue recordando.
“Cada que escucho “Lighs out words gone” de Bombay Bicycle Club me transporta a una tranquilidad inmediata acompañada de un recuerdo muy sólido de 2013, justo cuando estaba en el teleférico de Durango a media noche con algunos amigos, viendo las luces de la ciudad mientras la canción sonaba a tiempo en mis auriculares”, nos dice.
Él es lo que yo llamo un ser adaptado a la realidad, de los que buscan una salida y se escapan en sus pensamientos; no es el único, el problema es que nuestros ojos están tan cansados que cuando caminamos no podemos distinguir a los que pretenden ser excepcionales de aquellos que realmente lo son, estamos acostumbrados a mirar el cuerpo sin percibir el alma.
Difícilmente los encontramos pero cuando aparecen se esconden en los lugares más conflictivos, por ejemplo, en el camión a las 3 de la tarde, en los semáforos balanceándose o lanzando fuego para comer algo, otros sólo caminan y caminan sin esperar nada, pero todos tienen algo en común: son artistas del hambre como el cuento de Kafka.
El compositor experimental
Como casi todos nosotros, escuchaba rock, pop y metal por el 2008 y comenzó a componer en Izúcar de Matamoros en 2009 con una guitarra vieja que pidió prestada. La guitarra no se podía afinar y sólo conocía tres acordes pero junto con su mejor amigo, Adan Medina, lograron componer tres canciones bastante malas, tomando fragmentos líricos de otras canciones que les gustaban, algunos de bandas que siguen siendo reconocidas actualmente como Zoe, Fobia, Vainilla, Porter y Los Concorde.
Compuso alrededor de 10 canciones con letra en 2010. Ese mismo año se enfermó y estuvo en tratamiento, por lo que dejó de componer y escuchar música por un tiempo, hasta 2011 cuando escuchó Pumped up kicks de Foster de People y los meses siguientes volvió a interpretar la guitarra con un grupo que tocaba mal pero le daba la libertad de experimentar. El alma de sus canciones siempre ha sido la melancolía transformada en arte, en ritmos extraños.
“Como músico y compositor cada canción que he compuesto y escrito ha hecho sentirme desgastado al plasmar sentimientos, pensamientos y emociones, todos ellos a un nivel en que el resultado me llenará de orgullo o lo repudiaré totalmente”, nos explica.
La música cicatriza a las personas y las hace consientes de su realidad, no por nada se han hecho infinidad de investigaciones para estudiar el impacto de este fenómeno en las personas, sus usos y las repercusiones que tiene a nivel fisiológico.
“A veces sólo compongo pensando en que alguien se siente de la misma manera y yo sólo le brindo un soundtrack de su momento”.
La creatividad y la empatía
Crecer en soledad le dio la capacidad creativa que posee actualmente, comenzó a imaginar melodías en la cabeza mientras caminaba y así nació el amor por la música y géneros como el dream pop y el chamber pop.
“Me volví más empático con las personas que me rodean”, dice Jason mientras me cuenta que a través de la música siente y decodifica los sentimientos de las personas cercanas a él y sabe cuando alguien está bien o mal al escuchar una canción por gusto. Es el efecto sanador de la música que nos hace empáticos.
Actualmente no se imagina sin componer o tocar una canción por un largo periodo, ya sea para él o para un público pues le ha mostrado un camino de expresión a la persona que piensa y pretende ser.