Al sonido del eco de un flamenco, en Gudiña, España, un 20 de enero de 1502 nace Sebastián de Aparicio, hombre que decidió migrar de su lugar natal, para desarrollar habilidades y conocimiento a otro lugar denominado en ese entonces: Nueva España. Su niñez transcurrió junto a sus padres, Juan de Aparicio y Teresa del Prado, ambos cristianos, caritativos y de nobles costumbres. Parte de su juventud la pasó en medio del campo, entregado a las labores agrícolas para ganar el sustento diario y reunir lo suficiente para sus dos hermanas.
En el año de 1533 llegaba a las playas mexicanas, confundido entre los numerosos viajeros. El joven Sebastián desembarcó en la antigua Veracruz, se dirigió a la ciudad de La Puebla, recién fundada por fray Toribio de Benavente. Las extensiones de terreno baldío y la seguridad que daba la audiencia real a todos los españoles que quisieran residir en la dicha ciudad, atrajeron a Sebastián y lo indujeron a dedicarse a la labranza. Dotado de un ingenio natural poco común y de una mirada de vastos horizontes, concibió la idea de adaptar el camino de México a Veracruz para que por él pasasen las carretas que muy pronto construyó con un amigo. Esas carretas fueron las primeras que se construyeron con ayuda de toros o novillos amansados por el mismo Sebastián.
Durante unos dieciocho años Sebastián había entregado lo mejor de sus fuerzas para abrir caminos y fomentar el comercio en México; pero ya en 1552 decidió dejar su oficio, que grandes ganancias le había acarreado, y compró unas tierras por las afueras de la capital mexicana, entre Atzcapotzalco y Tlanepantla. Sus nuevos proyectos fueron provechosos para todos, ya que sus campos eran una escuela práctica donde los indios aprendían la labranza.
Las riquezas que honrada y justamente había adquirido Sebastián, lo condujeron a casarse con una joven pobre, pero de muy nobles virtudes. Él se comportó con su esposa en público como su marido, mas en privado la persuadió a guardar la virginidad. Apenas había transcurrido un año y Sebastián se encontró viudo. Dos años después, movido por su caridad en favorecer a otra joven pobre, contrajo con ella matrimonio, sin cambiar por ello su antiguo modo de comportarse. Una enfermedad que lo puso a un pie del sepulcro y la muerte inesperada de su segunda mujer lo dejó nuevamente viudo.
Sebastián vendió sus bienes, entregó el dinero a las religiosas de Santa Clara de México, tomó el hábito de donado franciscano y pasó a servir a las mismas religiosas en calidad de mozo meditando sobre las virtudes de San Francisco: su obediencia, su pobreza, su amor a la pasión del Señor.
Apenas habían pasado unos dos meses de su profesión, la obediencia le mandó al convento de Tecali, donde había necesidad de un hermano que cuidase de la cocina, portería y huerta pequeña. Los religiosos admiraron la virtud del hermano y entonces, estuvo poco tiempo en aquel lugar, pues recibió nuevas órdenes de trasladarse al convento de Las Llagas de Nuestro Seráfico Padre San Francisco de Puebla de los Ángeles. Le encargaron un oficio penoso y duro, debido a su avanzada edad: el de limosnero. Con su acostumbrada obediencia alegre tomó para sí el nuevo cargo.
Pidió limosna algunos toros y construyó carretas, que fueron sus inseparables compañeros hasta los últimos días de su vida. En la ciudad de Puebla repartía sigilosa y caritativamente limosnas a familias vergonzantes y jamás el convento notó la falta de lo necesario. En cierta ocasión le ordenaron ir a traer madera al monte de La Malinche, distante unos 25 kilómetros de la ciudad de Puebla. Al tener ya cargada la carreta se le rompió el eje de una rueda. Fray Sebastián no dudó en emprender el camino en esas condiciones desastrosas. Tuvo un gran dominio sobre los toros y animales indómitos.
Veinticuatro años sirvió al convento como limosnero, hasta que llegó el 20 de febrero de 1600 y Fray Sebastián fue atacado por fuertes dolores de hernia que por muchos años lo martirizó. Cinco días después, tirado en el suelo sobre una cobija, esperó a la «hermana muerte corporal» con toda la alegría de su espíritu. A las ocho de la noche del día 25 entregó su espíritu en las manos del Señor.
Los prodigios multiplicaron su fama constante y hoy en día aún no cesa su culto el que se ha propagado por toda la República mexicana y en su lugar natal. Los conductores de toda clase de vehículos consideran al Beato Sebastián como a un celestial patrón. También lo consideran el principal fundador de la charrería mexicana y se le venera como patrono de los charros y su protector.
Muchísimos habitantes de Puebla asistieron a su entierro. Dos veces fue desenterrado su cadáver, y las dos apareció incorrupto. Al morir quedó su rostro hermoso y alegre, como si estuviera vivo. Fue beatificado en 1787.
Su cuerpo con más de 400 años de muerto, permanece expuesto en una urna con paredes de cristal en el Templo de San Francisco en la Ciudad de Puebla, aunque oficialmente no se sabe si éste se conserva en forma natural o es producto de algún proceso de conservación que lo hace permanecer incorrupto.