El relato de un domingo diferente para disfrutar de encantos escondidos y sin conocer: unas cascadas impresionantes con un camino más impresionante todavía. No hay mejor combinación que la de agua, naturaleza, buen clima y amigos. ¡Disfrutad como lo disfruté yo!
La conexión con la naturaleza es algo sencillo, pero a la vez complejo. Es poco el tiempo que las personas emplean para ello, preferimos, por lo general, derrocharlo en estar con los amigos o familia, dormir, ver series, películas, redes sociales... sin darnos cuenta de lo que tenemos ahí fuera y muchas veces se desconoce. Más allá de los sitios que se suelen concurrir hay pueblos, hay montañas y paisajes de película, hay lugares increíbles e inexplorados donde la mano del hombre casi no ha llegado como es el caso de las Cascadas de San Agustín Ahuehuetla.
Hace unas semanas, mis amigos y yo nos embarcamos a conocer el paisaje del que habíamos escuchado hablar. Intentamos madrugar, pero eso un domingo es, a veces, un poco complicado. Antes de iniciar rumbo compramos algo de comida y bebida, porque adónde íbamos no había tiendas. Pusimos el GPS y comenzó el viaje.
Sabíamos que teníamos que ir por Valsequillo, pues era la única ruta que conocíamos. Después de ahí, uno ya se tiene que buscar las castañas porque la señalización es un poco lamentable. A nuestra suerte, cuando pasábamos por el pueblo El Aguacate encontramos a un transeúnte y le preguntamos que como podíamos llegar a las famosas cascadas. No teníamos otra opción que hacerle caso. Llegamos a un camino de tierra, no sabíamos dónde llegaríamos, pero seguimos adelante. Las vistas eran hermosas: se veía la montaña, una montaña plagada de árboles y cactus que sobresalían y se veían a la perfección.
Arribamos a una aldea. No había muchas casas. Volvimos a preguntar nuestro destino, a lo que nos contestaron: - Sigan hacia adelante hasta que acabe el camino en unas cabañas, allí tendréis que seguir a pie. La señora tenía razón. Llegamos a las cabañas, unas cabañas pequeñas hechas de madera y hojas de palma que conformaban el techo. Allí, un hombre, rodeado de su mujer y su hija amantando a su bebé, nos indicó el camino que teníamos que seguir andando. - ¿Necesitan guían? Nos dijo. Pero nosotros intentamos ir solos, y nos salió bien la jugada.
Empezamos el camino a pie. El calzado perfecto son unos deportivos para ir por la montaña, y no unas alpargatas como llevaba yo, pues no sabía que íbamos a acabar yendo a pie. Al cabo de un rato tenía los pies destrozados. Comenzamos tranquilos por el camino de tierra. La cosa no acaba aquí. La duración del recorrido hasta las cascadas fue casi de hora u hora y poco, puesto que en cada sitio que nos parecía bonito parábamos para hacernos fotos y grabar el paisaje. El camino no solo era tierra y piedra, sino que en algunos tramos tuvimos que ir pisando barro e incluso el agua del río que bajaba. ¿Qué era más natural que estar allí? Tenía la sensación de estar en la selva: árboles enormes que no te dejaban ver la copa de los mismos, piedras limpias por el agua del caudal, tierra, valles verdes, insectos, y algunos caballos y burros pastando.
Finalmente, llegamos a las Cascadas de San Agustín. Había que pasar por el agua, ya que muchas veces es más seguro pisar fuerte con la resistencia de tu propio cuerpo que por encima de las piedras y que acabes resbalándote. Visitamos la primera laguna y por ente la primera cascada. Es espectacular como la montaña rodea ese paraje, como si estuviera escondiéndolo de alguien o algo, queriendo conservarlo tal y como está. Después de captar ese momento, subimos a la parte de arriba, a la segunda catarata. Esta era más alta y más impresionante. Notabas como la fuerza del agua al caer resultaba en un viento que te aconsejaba tener una camiseta puesta. El agua, por otro lado, me la esperaba más fría. No estaba mal para ser agua de río, además, el sol que te acompañaba, te sugería pegarte un buen baño y refrescarte. Había bastante gente: jóvenes como nosotros que van a pasar el día, y familias con sus mascotas que le enseñan a sus hijos lo bueno de la vida: la naturaleza.
Es una bonita zona para pasar el día, comer allí y refrescarte. Pese a las circunstancias que rodean nuestra sociedad hoy en día, el pueblo sigue queriendo aprender sobre esos lugares que sirven para sentirnos orgullosos de nuestra tierra, y ver el encanto de la vida que nos regala la naturaleza.
La conexión con la naturaleza es algo sencillo, pero a la vez complejo. Es poco el tiempo que las personas emplean para ello, preferimos, por lo general, derrocharlo en estar con los amigos o familia, dormir, ver series, películas, redes sociales... sin darnos cuenta de lo que tenemos ahí fuera y muchas veces se desconoce. Más allá de los sitios que se suelen concurrir hay pueblos, hay montañas y paisajes de película, hay lugares increíbles e inexplorados donde la mano del hombre casi no ha llegado como es el caso de las Cascadas de San Agustín Ahuehuetla.
Hace unas semanas, mis amigos y yo nos embarcamos a conocer el paisaje del que habíamos escuchado hablar. Intentamos madrugar, pero eso un domingo es, a veces, un poco complicado. Antes de iniciar rumbo compramos algo de comida y bebida, porque adónde íbamos no había tiendas. Pusimos el GPS y comenzó el viaje.
Sabíamos que teníamos que ir por Valsequillo, pues era la única ruta que conocíamos. Después de ahí, uno ya se tiene que buscar las castañas porque la señalización es un poco lamentable. A nuestra suerte, cuando pasábamos por el pueblo El Aguacate encontramos a un transeúnte y le preguntamos que como podíamos llegar a las famosas cascadas. No teníamos otra opción que hacerle caso. Llegamos a un camino de tierra, no sabíamos dónde llegaríamos, pero seguimos adelante. Las vistas eran hermosas: se veía la montaña, una montaña plagada de árboles y cactus que sobresalían y se veían a la perfección.
Arribamos a una aldea. No había muchas casas. Volvimos a preguntar nuestro destino, a lo que nos contestaron: - Sigan hacia adelante hasta que acabe el camino en unas cabañas, allí tendréis que seguir a pie. La señora tenía razón. Llegamos a las cabañas, unas cabañas pequeñas hechas de madera y hojas de palma que conformaban el techo. Allí, un hombre, rodeado de su mujer y su hija amantando a su bebé, nos indicó el camino que teníamos que seguir andando. - ¿Necesitan guían? Nos dijo. Pero nosotros intentamos ir solos, y nos salió bien la jugada.
Empezamos el camino a pie. El calzado perfecto son unos deportivos para ir por la montaña, y no unas alpargatas como llevaba yo, pues no sabía que íbamos a acabar yendo a pie. Al cabo de un rato tenía los pies destrozados. Comenzamos tranquilos por el camino de tierra. La cosa no acaba aquí. La duración del recorrido hasta las cascadas fue casi de hora u hora y poco, puesto que en cada sitio que nos parecía bonito parábamos para hacernos fotos y grabar el paisaje. El camino no solo era tierra y piedra, sino que en algunos tramos tuvimos que ir pisando barro e incluso el agua del río que bajaba. ¿Qué era más natural que estar allí? Tenía la sensación de estar en la selva: árboles enormes que no te dejaban ver la copa de los mismos, piedras limpias por el agua del caudal, tierra, valles verdes, insectos, y algunos caballos y burros pastando.
Finalmente, llegamos a las Cascadas de San Agustín. Había que pasar por el agua, ya que muchas veces es más seguro pisar fuerte con la resistencia de tu propio cuerpo que por encima de las piedras y que acabes resbalándote. Visitamos la primera laguna y por ente la primera cascada. Es espectacular como la montaña rodea ese paraje, como si estuviera escondiéndolo de alguien o algo, queriendo conservarlo tal y como está. Después de captar ese momento, subimos a la parte de arriba, a la segunda catarata. Esta era más alta y más impresionante. Notabas como la fuerza del agua al caer resultaba en un viento que te aconsejaba tener una camiseta puesta. El agua, por otro lado, me la esperaba más fría. No estaba mal para ser agua de río, además, el sol que te acompañaba, te sugería pegarte un buen baño y refrescarte. Había bastante gente: jóvenes como nosotros que van a pasar el día, y familias con sus mascotas que le enseñan a sus hijos lo bueno de la vida: la naturaleza.
Es una bonita zona para pasar el día, comer allí y refrescarte. Pese a las circunstancias que rodean nuestra sociedad hoy en día, el pueblo sigue queriendo aprender sobre esos lugares que sirven para sentirnos orgullosos de nuestra tierra, y ver el encanto de la vida que nos regala la naturaleza.